miércoles, 5 de mayo de 2010

Un prophète (2009)


Género: Drama penitenciario
Valoración: Excelente

Cuando Malik llega a la prisión, es analfabeto. A sus 19 años, está solo y parece más frágil que cualquiera de los otros reclusos. Pronto es acosado por la banda que domina la cárcel, el clan de los corsos. Para que Malik se haga acreedor a la confianza de éstos debe cumplir una misión: asesinar a un prisionero. El joven cumple su misión y poco a poco demostrará que también es capaz de pensar por sí mismo y de aprender muy rápido.

Este es el argumento de Un profeta, la última película del brillante Jacques Audiard, cuyas obras ofrecen a día de hoy garantía de poseer sobrada calidad. Discrepando de algunos críticos que acusan al filme de tener una caída en su tensión, pienso que precisamente uno de los puntos fuertes de esta obra es su impecable solidez en el ritmo y la tensión. Ahora bien, es obvio que si algunos acuden al cine y se relamen creyendo que Un profeta va a ser una fantochada carcelaria de la guisa de Encerrado, con Stallone, es natural que sus selectos paladares echen en falta eso que ellos denominan tensión.

Es más, en realidad Un profeta de ningún modo sigue las enseñanzas de los otros dramas carcelarios. Más bien retoma la labor temática de obras extraordinarias como Uno de los nuestros, American Gangster, Casino y, más que ninguna otra, El precio del poder. Historias en las que el advenedizo por el que nadie hubiera apostado un duro, se hace fuerte y acaba por adueñarse del negocio, desbancando a los más fuertes, especialmente al maestro (al Don). Si hubiera que sacar una moraleja de estas películas sería la siguiente: cuidado con el que tanto te adula, con el que te sirve de esclavo con la cabeza gacha y una eterna sonrisilla, pues tarde o temprano crecerá y te la jugará. Esto es lo que hizo el mítico Toni Montana... Y lo propio hace el joven árabe Malik (Tahar Rahim).

A propósito de Tahar Rahim, ¡insuperable! Prometo que a medida que pasaba la película me recordaba más y más a Robert de Niro. El primer De Niro, el más incorrecto, antes de que se civilizara, es decir el de Taxi Driver o el de Toro Salvaje. Pero sin ser un clon de él, sino erigiéndose en su digno sucesor. Hacía mucho que no saboreaba una interpretación tan rotunda de lo que es el salvajismo contenido, la inteligencia preclara de corte mafioso, la juventud acosada que se defiende en solitario derramando la sangre del acosador, tal y como se hubiera defendido un Vito Corleone primerizo y agazapado con una pistola envuelta en una sábana, agujereando de un tiro la panza de Don Ciccio.


¿Es posible realizar películas del calado de Casino sin tener un presupuesto de una millonada de dólares? Sí, ya lo hizo Ciudad de Dios (2002), transformando los opíparos banquetes de dinero en pobres favelas brasileñas. Y ahora lo hace Un profeta, casi casi sin tener que salir de las cuatro paredes de una celda. Además, a esta producción ni siquiera le ha hecho falta narrar la historia en primera persona (recurso que puede sacar al realizador de más de un apuro, cuando la inspiración flaquea).

Es una película dura, violenta, sin llegar a extremos desagradables. Muestra la violencia de las cárceles, la que los hombres fuertes aplican sobre los débiles. Exhibe la agresividad de los clanes, los ghettos penitenciarios (los corsos, los barbudos, los negros, etc) y cómo la supervivencia pasa por tener que unirse a uno de estos grupos, para poder beneficiarse de su protección. Pero para ello hay que dar, primero, algo a cambio: posesiones, dinero, favores sexuales o algún servicio como, por ejemplo, asesinar a un enemigo del grupo. Nadie sobrevive en la cárcel si está solo. Y, después, los grupos pelean entre ellos y, como en el mundo de afuera, existe un submundo de trapicheos, delitos, chivatazos y traiciones. Todo envuelto en un clima de ferocidad que emana, sobre todo, del miedo a ser vulnerable, a quedarse solo.

Este tejido conforma la verdadera tensión de la película, lo que la convierte en algo tan palpitante que, a pesar de sus 150 minutos de metraje, desearíamos que durara, si cabe, el doble de tiempo. No puede narrarse una película con mejor pulso que con el que lo ha hecho J. Audiard. Estamos ante una verdadera obra maestra. Impecablemente construida, detalladamente planificada pero, a la par, fresca y osada como el primer hurto de un chaval de la calle.

Recomendada a: Todo el mundo que sepa paladear una taza de excelente cine bien calentito.

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