miércoles, 5 de mayo de 2010

Papillon (1973)


Género: Drama penitenciario

Valoración: Excelente, una joya

Magnífica película protagonizada por Dustin Hoffmann y Steve McQueen (basada en la autobiografía de Henri Charrière). En ella nos sumergimos en diferentes parajes: el siniestro correccional de la Guayan francesa, selvas vírgenes, islas paradisíacas pobladas de indígenas, un convento y también visitamos algunos momentos oníricos (pocos) de estremecedora claridad.

Es la historia de dos hombres condenados a cumplir una larga condena. La prisión es tan dura que el filme no tiene la oportunidad de revisitar, afortunadamente, siquiera uno solo de los tópicos del clásico drama carcelario (la ley del más fuerte), sino que todos los presos, hambrientos, sucios, quebrantados física y moralmente, son uno solo, una masa informe que se duele y que intenta sobrevivir al tifus, a las bacterias y la inanición.

En este caldo de cultivo nace una proximidad entre dos hombres. Al principio por interés: el forzudo Papillon se ofrece al enclenque Louis Degas para protegerle a cambio de dinero. Pero poco a poco, al pasar los años, florece una especie de afecto. Esta amistad se fortalece, sobre todo, en el momento en que Papi arriesga su vida para defender a Degas de la brutal paliza de un oficial y, posteriormente, en el momento en que el mismo Degas le devuelve el favor enviándole bajo cuerda unos cocos a la celda de castigo.

Es una historia densa, llena de aventuras, diálogos breves pero contundentes, miradas de reojo que lo dicen todo, sentimiento y desesperación. Pero frente a todo, brilla un ansia por alcanzar la libertad merecida. Los presos tienen la conciencia de estar pagando un precio exagerado en comparación a sus crímenes. Son tratados peor que animales: a palos, a trabajos forzados en los que se les pone en trance de muerte una y otra vez (como en la escena del cocodrilo). Así, es inevitable la idea de la fuga. El plan de fuga se torna un hervidero de secretos, murmuraciones, un proyecto de escaparse al que se añaden dos o tres reclusos más. Dos de ellos son el sensible Robert Deman y el crepuscular Julot (Don Gordon).

La huida en sí es tan apasionante como la estancia en el correccional. Llena de aventuras bien puede haber inspirado la película entera Apocalypto de Mel Gibson. Y, cómo no, en esta hazaña no podía faltar la traición que comete el personaje más odioso de todo el filme, la madre superiora del convento.

Sin embargo, si hubiera de destacar un episodio de esta extensa obra sería la reclusión de McQueen en el hoyo, esa celda de castigo digna del mismísimo conde de Montecristo: llena de moho, ratas y cucarachas que el cada vez más esquelético hombre ha de comerse para no morir de hambre. Esos momentos son una lección sublime de cine: entre cuatro desconchadas paredes vemos cómo se consumen los mejores años de este extraordinario personaje. Primero se queda amojamado como un fantasma, después se le ennegrecen los dientes y se le cae media dentadura. Los momentos oníricos rebelan una incipiente locura, desbordada por el sentimiento de culpabilidad. En una pesadilla un juez divino le señala con el dedo:

-Yo te condeno por haber cometido el peor de los crímenes. ¡Desperdiciar tu vida!



Tras unos años en ese horrible cubículo, cae enfermo (...dime, ¿qué aspecto tengo? ¿Tengo buen aspecto? No sé qué aspecto tengo). Finalmente, ese hombre que tiene una gran mariposa (papillon) tatuada en el pecho, símbolo de la libertad, termina sus años de condena. Ya ha cumplido su deuda con la patria. Se le permite deambular por la Isla del Diablo, aunque ahora encerrado de por vida por los amenazadores acantilados y el insalvable océano. Se produce el rencuentro con el eterno amigo, Degas, cuyo cerebro acusa los estragos de una fuerte paranoia. En esta isla Degas es feliz, ha aprendido a amar su pequeña dosis de libertad; conversa con los cerdos y planta cereales. Pero Papi sigue anhelando una libertad real, la que cierto día le arrebataron injustamente y que ya se ha convertido en una obsesión, en entidad metafísica que hay que aprehender sea como sea. ¿Acaso puede encerrase a una mariposa en un pote esperando que algún día se resigne...?

Es en este momento cuando esta obra maestra adquiere algunos matices cómicos, con los dos amigos que ahora parecen protagonizar El planeta de los simios, peludos y con los dientes podridos. Y al final la mariposa logra volar, literalmente, frente a los espasmos atónitos de un Degas muy emocionado que no puede evitar llorar viendo cómo el oleaje se lleva, para siempre, al único amigo que ha tenido en la vida.

Absolutamente recomendable canto a la amistad. Una historia sin fuegos artificiales, sin aportes extravagantes ni momentos obligados de amor carnal. Largometraje de casi tres horas que se levanta sin complejos frente a sus evidentes errores de producción, como por ejemplo el de la escena final, cuando Papi está en la barquita y podemos divisar la presencia de un especialista nadando por debajo.

Esta oda a la libertad está bautizada con una banda sonora santificada, arrebatadora, de esas que hoy día se desechan por ser poco comerciales. Una banda sonora de Jerry Goldsmith, nada menos. Cine en estado puro, limpio de las lacras que hoy hacen tanto daño al verdadero séptimo arte.

Una joya única de la que no encontrarás antecedentes. Tampoco nadie, posteriormente, ha logrado crear nada parecido.

Recomendada a: Amantes del cine de gran calidad.



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