martes, 18 de mayo de 2010

Ellos (2006)


Género: Sustos fáciles a golpe de sonido
Valoración: Bastante mala

Esta tarde tenía ganas de ver algo de terror, algo bueno. Sin querer asumir la dura realidad de que hay poca cosa que valga la pena, fui a la zaga de algún producto realmente valioso que todavía no hubiera visto.

Por desgracia di con la película equivocada, como suele suceder. Se trata de un filme de David Moreau poco recomendable, a no ser que seas masoca y tu fetiche predilecto sea el aburrimiento. Ya desde el inicio se nos da una pista sobre qué clase de terror va a ofrecerse: el de sustos a base de subir mucho el volumen súbitamente. El espectador que ya sea medianamente ducho en estos lares adivina que lo más sensato es salir de la sala de cine (o, en su caso, apagar el DVD) y no perder el tiempo.

Pero a veces somos tan buenos que le seguimos dando un voto de fe a la película (máxime cuando alguien nos la ha recomendado: ¡que sí, que sí, que es muy buena!) aun cuando la cosa va de mal en peor. Y es que no existen los milagros. Siguen los efectos manidos, los sustos de manual que apestan a un kilómetro de distancia y, a la postre, toda una caterva de tópicos calcados de otros filmes (Viernes 13, Scream, Halloween) con la clásica inapetencia del director sin talento.

Insoportable tufo a sobresalto fácil y previsible, con jóvenes protagonistas muy tontos que serán acosados (siempre después de hacer el amor) por malos que tienen el don de la ubicuidad y de hacerse invisibles (aunque sus botas industriales y manchadas de barro siempre hagan crujir el suelo).

Obra para dejarte frustrado en la butaca y para que maldigas el poco talento que prima en esta industria. Dicen que hay que ver el lado positivo de las cosas. Pues sí, estos filmes tienen un punto a su favor. Sirven para que cuando, muy de vez en cuando, aparece en cartelera una buena película sepamos valorarla como se merece y digamos: ¡Por fin! ¡Bienvenida seas!

Recomendada a: Nadie.

domingo, 16 de mayo de 2010

Hasta que llegó su hora (1968)


Género: Western
Valoración: Obra maestra


Yo soy el clásico espectador de cine al que no le gusta que le mareen demasiado. Me gustan las películas buenas en su género. Quizá tiren más de mí las de terror y algunos dramas carcelarios. Como a muchos cinéfilos me ha sucedido algo. Amé de pequeño los westerns. Puedo jurar que los amé con pasión. Mis hermanos y yo conocíamos a la perfección las hazañas de Gary Cooper, Yul Brinner o John Wayne, aunque a lo mejor no supiéramos cuáles eran los nombres de estos héroes, ni los de las películas en que aparecían. Jugábamos a érase una vez en un Oeste muy lejano y peligroso, un pistolero... Recuerdo esas sesiones hogareñas de cine en la década de los 80, cuando los sábados y domingos por la tarde echaban alguna de vaqueros por la tele y uno se tumbaba en el suelo para descubrir si el duro de Kirk Douglas desenfundaría más rápido que el forajido de turno. Mi padre se sabía de memoria los nombres de todos los actores y las bellas actrices, pero nosotros no hacíamos mucho caso ni falta que nos hacía. A James Stewart, por ejemplo, ya le habíamos bautizado como Lavaplatos.

Sin embargo, años más tarde eso desapareció. Nos hicimos mayores y, con nosotros, el cine. El western clásico falleció y comenzamos a ver otro tipo de cosas más sofisticadas. John Houston, Howard Hawks, John Ford dejaron paso a Spielberg, Scorsese, Bertolucci, Kubrick, Oliver Stone, Ridley Scott, James Cameron, Coppola, etc. Eran también grandes directores pero tenían escaso o nulo interés por el género épico. Con ello, los adolescentes y adultos experimentamos una especie de reeducación artística. Los héroes de cine ahora eran de otro estilo. Forrest Gump era el héroe, o bien Willem Dafoe haciendo de Elías en Platoon, o el mismo Schwarzenegger de Terminator. Pero del Far West no había ni rastro, le habíamos perdido la pista. Únicamente los nostálgicos como José Luis Garci vivificaban aquellos clásicos de Ford, montando acalorados debates televisivos que unos pocos trasnochadores aguantábamos. ¿Qué se había hecho de Wayne? Alguien tenía la respuesta: De los pocos directores de cine que se atrevieron a resucitar la épica de los pistoleros el mejor fue Clint Eastwood, con obras de enorme calidad, tales como El jinete pálido (1985) y Sin perdón (1992).

Fue entonces y sólo entonces cuando los infieles como yo recordamos nuestro antiguo amor: el western. Esa amada a la que habíamos dejado tirada en un rincón. Y rescatando cintas del olvido, buscando algo nuevo, uno se tropieza con un director italiano que se llama Sergio Leone. Vamos, un nombre romano que parece ahuyentar con su extravagante cadencia a cualquier cinéfilo con buen gusto. Si además, te enteras de que rodaba un pitorreo denominado spaghetti western ya nada bueno podías esperar de él. A lo sumo el gordo de Bud Spencer repartiendo leña (¡Placa-placa!), para hilaridad de un público menor de edad.


Pero andaba yo muy equivocado. Hasta que llegó su hora (1968) es una película bellísima, con unos diálogos antológicos, que aúna ese western italo-macarrónico con el clásico norteamericano. En fin, las virtudes de esta obra maestra se ponderan por sí solas. No hace falta ningún comentario.

Mención especial merece la banda sonora de ese genio llamado Ennio Morricone, capaz de opacar con sus melodías cualquier escena de una película que no sepa dar la talla. Morricone tiene una extraña cualidad: sabe poner música al vuelo de una mosca, al árido suelo de un desierto, a la mirada asesina del más pérfido de los villanos. Es la música del hombre genial, capaz de poner sonido a lo que pareciera que no puede tenerlo. Sólo hay unas pocas mentes priviliegiadas en el mundo capaces de medirse con el susodicho, tales como las de John Williams, Jerry Goldsmith y Vangelis.


En cuanto a las interpretaciones, descubrí que Charles Bronson podía deleitarme con una actuación tan verídica como la de Eastwood, incluso diría que pareciendo bastante más duro que éste. Como alguien dijo, Bronson es una roca de granito. Cierto, basta mirar sus ojos inclementes o su cuello de búfalo. Y qué decir de Henry Fonda. Si creíamos que no se podía ser más malo que Lee Van Cleef paladeando un palillo o que Jack Palance, íbamos muy errados. Yo no recuerdo ninguna película en la que alguien asesine a niños de un disparo con el placer con el que lo hace un odioso Fonda. En cuanto a Jason Robards (Cheyenne), le tocó hacer un poco el figurín del pícaro Eli Wallach, pero con un toque más tierno y enamoradizo.

Obra maestra donde las haya que nos recuerda dónde encontrar verdaderos héroes, hombres de piedra, miradas en primer plano, el polvo que levantaban los cadáveres al estrellarse contra el suelo. Los disparos de revólver. Balas que surcan una atmósfera llena de asesinatos, peligros y hazañas. Los sueños y contingencias de quienes querían levantar una nueva ciudad, creando una leyenda. Aquella época donde la paciencia era casi un valor moral. Saber esperar. Todo era lento: la llegada del tren, las noticias, los telegramas... Todo reposando en una especie de éter en el que se llegan a oír los ruidos de las moscas y de las gotas cayendo sobre la frente de un hombre negro.

Una calma sólo existente en el western, preámbulo siempre de la muerte y el polvo. No hay verdadero silencio, sino una maraña de zumbidos y gestos en la mirada: códigos secretos que advierten de algo, hasta que la mano prodigiosa de Morricone arranca unos acordes que hacen evidente que la Muerte ha llegado, desde el pasado al presente, andando por el desierto. Armónica desenfunda y dispara contra un cuerpo borroso. Al morder el polvo ese cuerpo pregunta:
-¿Quién eres?

Y Armónica responde con un gesto. Suficiente con un gesto.

Recomendada a: Todo el mundo.

viernes, 14 de mayo de 2010

Moon (2009)


Género: Supuestamente ciencia ficción
Valoración: Mediocre

Tengo una excentricidad. Con según qué películas, antes de escribir mi crítica me gusta empaparme leyendo todas las opiniones que el público ha vertido en la Red. En el caso de Moon no son pocas. Me ha llamado la atención la lucidez que demuestran muchos espectadores al repudiar sin rodeos una cinta que, a pesar de sus tintes engolados, no es más que una reminiscencia de otras obras. Totalmente de acuerdo con ellos.

Se ha dicho mucho acerca de lo que Duncan Jones debe a 2001, de Stanley Kubrick. Y es cierto. Su ópera prima no es realmente un homenaje, como algunos afirman, puesto que las descaradas alusiones son algo más que inocentes referencias. Todo el arsenal de Moon gravita obscenamente alrededor de 2001. Es una película inexperta que, a falta de personalidad, ha recreado la atmósfera del clásico de Stanley K. (No es malo aprender de los grandes pero ¡ojo!, sin calcar). Los diálogos que Sam Rockwell mantiene con Hal 9000 ¡perdón!, quiero decir con Gerty, retrotraen con demasiada impertinencia al clásico. Asimismo, los supuestos guiños a Solaris o a Triangle son más que inocuos guiños. Decir que es un refrito de varias películas sería cruel pero la tentación es grande.

He visto críticas de algunos espectadores que han elaborado densas listas con las incongruencias de la trama. Sin entrar en deliberar si verdaderamente ello destruye la verosimilitud de Moon, sí que es cierto que hay un momento en que el ritmo del filme pierde fuelle. Los dos clones comienzan a hacer sus numeritos en la estación espacial, buscando un poco la rechifla del auditorio, y la credibilidad del argumento se resiente profundamente. Por otro lado, el misterio se desvela muy pronto y todo se torna bastante predecible.

Las expectativas del público de ver un producto que les deje durante horas o días pensando se ven truncadas por un argumento lineal que, de hecho, no se impregna de lo que entendemos por Sci-fi, así como tampoco tiene interés en jugar a explorar incógnitas del universo: el tiempo, el espacio, las dimensiones, otras formas de vida, etc (como parece que se nos promete en algunos planos del principio, por ejemplo el del fantasma de la mujer en la butaca). Y es que colocar una estación espacial denominada Selene a guisa de decorado, y en ella embutir un argumento plano cuyo arcano máximo estriba en descubrir el escondrijo donde dormitan los clones, no basta para satisfacer a uno de los públicos más exigentes del séptimo arte. Los amantes de la ciencia ficción buscábamos algo más.

La huida de Sam de la de la estación es precipitada e inverosímil, además de predecible. Descubrimos que ha logrado llegar a la Tierra por una voz emitida desde un canal de noticias (burdo efecto) que nos refiere las proezas del clon denunciando la explotación laboral, etc. Duncan Jones remata, así, su obra con una infantiloide crítica social.

Si hay que sacar una moraleja de este filme es que puedes ponerle al robot Gerty la voz de Kevin Spacey pero aunque la mona se vista de seda, mona se queda. Y aquí la mona nos ha salido sin verdadero talento. Leí una entrevista a Duncan en la que decía: Mi padre, Bowie, me enseñó a ser creativo.

Vale, ahora sólo te queda ser creativo.

Recomendada a: Amantes del sci-fi que no sean demasiado exigentes.

Dead Man (1995)


Género: Western filosófico
Valoración: Cargante, decepcionante

Como ya se está convirtiendo en una costumbre en mi pequeña rutina diaria, me siento con el doloroso peso de poner en tela de juicio las cualidades de una película generalmente aclamada por los críticos.

Digo aclamada, que viene de clamor, pues no es otro el estado de espíritu casi catártico con el que los seguidores de la dupla Jim Jarmusch/Johnny Depp defienden la supuesta genialidad, enormidad y originalidad de este filme.

Siempre parto de una misma premisa, para mí sagrada: Una película debe gustar. Dígase entretener, deleitar, atraer o hasta cautivar, me da igual. Si, por el contrario, en contra de esta premisa tan elemental, esa obra produce tedio o confusión (por no decir somnolencia) podemos pensar en que algo ha fallado.

Dead Man puede dividirse en tres etapas. Comienza muy bien, diría que hasta de modo brillante. El viaje de William Blake en ese cochambroso tren es prodigioso. La escena es lenta pero logra sugestionar con esos paisajes cada vez más agrestes y áridos que Blake contempla en el exterior, y con esos pasajeros de un rostro inclemente que a ratos cruzan la mirada con el ridículo muchacho de ciudad. Después, llegado a la urbe industrial la atmósfera es kafkiana. El momento en que Depp pierde su trabajo sin siquiera haberlo estrenado, frente a las risas de un grupo de viejos cobardes y estúpidos, provoca que nos pongamos en la piel del neófito que no puede enfrentarse ni al grupo, ni al Winchester de Robert Mitchum, ni a lo desconocido. Es una situación que superaría a cualquiera.

La andadura de Blake por la avenida del pueblo, sin saber adónde ir, logra mantener la tensión. El lugar es inhóspito a más no poder, máxime cuando no se tiene apenas dinero en el bolsillo y cuando tu vestuario parece estar gritando: Disparen a este pardillo presumido. Hay incluso una impactante escena de una felación en plena calle que nos deja sorprendidos, indicio de que no nos hallamos ante un producto típicamente cándido de Hollywood. Tras matar, preso del pánico, al mismísimo hijo de Robert Mitchum, Depp, herido de bala, tiene que emprender una desesperada huida, iniciándose así la segunda fase del filme. En esta parte el ritmo cambia. Blake desfallece en las montañas y es recogido por un hombre de raza india (Gary Farmer). Mientras tanto, el potentado del pueblo (Mitchum) ha puesto precio a la cabeza del fugitivo.

El indio ayuda, por puro altruismo, al fugitivo herido (Depp). Este indio dice llamarse Nadie, aduciendo ciertas explicaciones de corte filosófico. Y es así como penetramos de lleno en la poética mística de Jarmusch, que conduce toda la película hacia derroteros metafíscos que algunos espectadores bien pudiéramos calificar de pedantes... Aún queda un remanente de buena tensión que va perdiendo calado, no obstante, a medida que los cazarecompensas se matan entre ellos.

Es en esta tercera parte del filme cuando la tensión decae y el ritmo se torna muy lento. Hay escenas en que Blake y Nadie cabalgan despaciosamente entre árboles mientras este último suelta un discurso ontológico digno del mismo Aristóteles. La obra ahora se compone de pequeños mosaicos ideológicos que terminan en fundidos en negro. Puedo asegurar que todas las personas que no somos seguidoras de la mística de Jarmusch o de las bartoniadas de Johnny Depp, nos hemos quedado en este momento fuera de la narrativa del filme.

Fotografía de libro, frases poéticas, épica impenetrable y... muuucho tedio. Por poner un ejemplo, en un momento dado Blake se ha convertido de la noche a la mañana en un pistolero muy rápido. Según Nadie porque ahora debe escribir sus poesías con sangre... En definitiva, se nos fusila con un mar de metáforas y situaciones esotéricas encaminadas a dar a entender que estamos contemplando un viaje iniciático hacia la muerte, pero de alguien que ya esta muerto, sin saberlo, aunque tampoco está muerto en este mundo. Este hombre es, además, el poeta William Blake, aunque ontológicamente no lo es... Claro como el agua, ¿no?

Me gustaría que alguien retomara ese primer tercio del filme (obra maestra), y lo culminara manteniendo la calidad y la tensión narrativa que tenía, sin andarse por las ramas. Pero en el cine hay infinidad de ejemplos de películas que empiezan con contundencia y no saben cómo seguir. Como el corredor inexperto que empieza una maratón como si corriera los 100 metros lisos y se queda sin resuello nada más empezar. Dead Man es un ejemplo de ello.

Recomendada a: Amantes del cine de Jarmusch. Amantes del cine con tintes metafísicos. Para incondicionales de Johnny Depp.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Pink Flamingos (1972)


Género: Trash, comedia sucia, Exploitation, Bizarre

Valoración: Desagradable obra de interés

Tan interesante es ver esta película como leer las toneladas de opiniones que ha levantado entre quienes la conocen. Opiniones para reírse, para enfadarse, para estar de acuerdo o en desacuerdo. Si a veces decimos que hay obras que o se aman o se detestan, ésta es sin duda el paradigma. Y si a veces algunos críticos pecan de utilizar demasiado esa frase de No dejará indiferente a nadie (en la mayoría de ocasiones hablando ¡precisamente! de mediocridades de las que nadie se acuerda al día siguiente) es con Pink Flamingos cuando debería emplearse esta frase.

Existen dos tipos de público para películas de este calibre. Por un lado el espectador desprevenido, inocente, ajeno a las corrientes culturales underground. Es un espectador a quien no le interesa qué hay más allá del mainstream o la cultura en boga. A este tipo de auditorio en el casi cien por cien de los casos le repulsará profundamente Pink Flamingos en todos los sentidos. Llega a esta cinta por divertida curiosidad o para verla con los amigos (¡No será tan chunga como cuentan!), y una vez la ha visto, se indigna.

En el otro lado, está el espectador con unas inquietudes que, si bien abarcan el mundo luminoso de Hollywood, se interesa, además, por todo lo que está debajo: ese submundo de las rarezas, de lo bizarro, de lo que no es políticamente correcto. Él valorará en su justa medida el filme de Waters, ¡lo cual no quiere decir que le tenga que gustar! Es posible que también le repugne, pero sin que ello sea óbice para que pueda darse cuenta de que se halla ante una gran obra de culto.

Película ultraiconoclasta, soez, perversa y pervertida, apestosa y cochambrosa, es difícil puntuarla del uno al diez. Si le pones un diez quizá hasta el mismo Waters se cabrearía. Si le pones un uno sus defensores son capaces de masacrarte. En todo caso, remarco que no es una obra para todos los públicos. No podemos acercarnos a estos personajes de submundo a la ligera. Ellos no intentan decirnos qué es el bien y el mal. Sencillamente, muestran un freak show de serie Z que puede ser indigesto para muchas personas. La filosofía en que se basa es algo así como ¿Quién puede ser más guarra que yo? Yo soy la persona más inmunda de este planeta y nadie me arrebatará el título.

De hecho, el argumento gira en torno a esta zafia premisa. Babs Johnson (Divine) vive en una mugrienta caravana junto a su madre (que hace gala de una extraña parafilia hacia los huevos), su hijo delincuente Crackers y su amiga Cotton. Ella es un personaje popular porque se le ha otorgado el título de ser la persona más inmunda del planeta. Pero hay una pareja, Connie y Raymond Marble, que hará todo lo que esté en sus manos por quitarle ese honor a la diva. Por cierto, esta pareja rapta y viola a jóvenes a las que deja embarzadas para después vender los hijos a mujeres lesbianas...

Esta trama da pie a toda una serie de diálogos antológicos que rozan el surrealismo. Acarrea toda suerte de insultos, vejaciones y situaciones antimorales. Podemos contemplar los actos sexuales de algunos de estos individuos. Actos que comprenden zoofilia, incesto, voyeurismo, podofolia (fetichismo por chupar los pies) e incluso, como en la escena final, coprofilia: célebre colofón del filme en que Babs recoge las heces que acaba de defecar un perro y se las come. A parte de estos comportamientos, hay multitud de guiños a la pornografía antimainstream más extrema que, a veces, ni siquiera por aquel entonces se había inventado, como por ejemplo sexo con comida (Babs se coloca un gran filete de carne entre las piernas para llegar al orgasmo mientras anda por la calle).

La estética camp inunda todo el filme. Hay un esfuerzo por ser desagradable, ordinario, vil y cruel, unos con otros, sin tregua. Aquel difuso concepto llamado ética se ha dejado de lado por parte de todos los personajes, y tácitamente se exige que el público tenga el valor de desprenderse también, durante una hora y media, de este aplastante valor moral.

En definitiva, una locura de obra que luchará por removerte la conciencia. Si tienes estómago podrás penetrar en el vastísimo ideario de un director genuino que no ha hecho una obra Exploitation únicamente para llamar la atención (ahora pienso en pedanterías como La posesión de Zulawski...), sino para dibujar una profunda caricatura del freak que (casi todos) llevamos dentro. Es, además, una crítica devastadora de los valores sociales de esa (y esta) época , tales como la sanguinaria competitividad o el ansia de notoriedad de los famosillos de turno. Para lograr todo ello Waters se sirve de su instrumento predilecto: el Trash más iconoclasta y difícil de digerir.

Recomendada a: freaks que busquen obras de culto de décadas pasadas. Gente con estómago capaz de econtrarle contenido o divertirse con semejante locura. No apta para todos los públicos, ni mucho menos.


martes, 11 de mayo de 2010

De pelo en pecho (Teen Wolf) (1985)

Género: Comedia de terror adolescente
Valoración: Entrañable, un clásico

Me encanta hacer este tipo de críticas sobre bagatelas de los 80. Esa década maravillosa que reivindicamos tanto quienes a la sazón éramos adolescentes. ¿Serán tan pesados reivindicando sus épocas juveniles los que ahora son unos pollos? Parece ser que no. Pero los que vivimos esa edad de oro ahora la amamos con añoranza, no la olvidamos: jugar al Quién es quién; el hacer un teléfono cutre con un hilo y dos yogures; mascar chicle Boomer con la pandilla (¡en la calle!) vestidos todos con chándal de esos que también lucían los drogadictos; destrozar playmobils o, ¡sí!, ir al cine y ver una de Michael J. Fox.

Él era el eterno adolescente, el chico de familia respetable que se rebotaba, sin pasarse demasiado, contra los carcas de sus padres. Él era quien sabía ser seductor tartamudeando con las manos en los bolsillos y atusándose nerviosamente el pelo. Representante sin igual de esa década adornada con melodías de The Cure, Madonna, Michael Jackson o The beach boys. Corte de pelo perfecto, cara aniñada, siempre metiéndose en líos, él era el chico elegido al que todos queríamos parecernos. Si ibas a la peluquería te daban ganas de decirle al barbero: hágamelo igual que al protagonista de Regreso al futuro. Por cierto, ¿saben nuestros hijos que si la moda de hoy dicta llevar la camiseta por fuera es porque así lo inventó este simpático chaval que se desplazaba en monopatín?


Y con esta cinta de Rod Daniel también nos encandiló... De hecho, es una chorrada de película. Analogía del adolescente que sufre una metamorfosis en su cuerpo. Al principio se asusta, pero después comienza a encontrarle el gustillo a eso de estar cambiando. Como digo, pura analogía de los cambios de la edad del pavo. En la historia aparecían dos féminas: la rubia y la morena. La rubia quería estar con Fox por amor a la popularidad, mientras que la discreta Susan Ursitti era la de corazón puro, la que estaba de veras enamorada del licántropo adolescente. No obstante, para qué mentirnos: ¡Muy verdes en cuestiones de ética moral, todos nos volvíamos locos por la rubiaza! Máxime en esa escena en que se queda en sujetador, provocando temblores bochornosos en el chico. ¡Qué recuerdos!

Joya de los 80, un clásico que hoy día puede causar cierto estupor, pero que había que visionarla cuando apareció en los cines. Lo mejor de todo, J. Fox y, antes que nada, el tener 13 años en el momento de verla. Imposible calificarla según los cánones actuales, cuando la mayoría de películas llegan corrompidas por una gélida digitalización. La era pre-internet era otra cosa.

Recomendada a: Nostálgicos de ese cine teen de la década de los 80.

Zombies party (Shaun of the dead) (2004)


Género: Comedia de terror. Parodia
Valoración: Aprobado muy justo

Me daba pereza tener que poner a caldo, nuevamente, un producto alabado por absolutamente todos los críticos de la web en la que habitualmente participo (muchocine.net). El caso es que se me olvidó tan incómoda cita hasta que hace pocos días leí la crítica del compañero Xalons. No solamente recordé mi compromiso aplazado de plasmar las 2 ó 3 ideas que tengo acerca de Shaun of the Dead, sino que me reconfortó saber que al menos hay una persona más a quien no le gustó el trabajo de Edgar Wright.

No quiero caer en el extremismo, de modo que reconozco que no es una obra pésima, ¡pero tampoco voy a elevarla a la categoría (como he leído) de obra maestra! Si eso es una obra maestra, el listón de la calidad artística en general ha bajada mucho en algún momento en que me debí quedar dormido en los laureles.

La génesis de Shaun of... es ésta. Los amiguetes Simon Pegg (Shaun en la película) y Wright tienen la idea cachonda de rodar esta obra mientras se hallan realizando un capítulo de la serie de televisión Spaced. Ellos mismos escriben el guión, para lo cual dedican un tiempo de 18 meses. Según cuentan, pretendían acercarse un poco al estilo cómico de Sam Raimi, pero no viéndose capacitados para ello (sabia determinación...) deciden enfocarlo desde otro ángulo. Es decir, hacer un poco lo que salga.

Este hacer la película a salto de mata, contando con algunos momentos de improvisación y con la participación de Nick Frost (Ed), otro coleguilla de Pegg y Wright, ex camarero sin mucha experiencia en la interpretación, se trasluce a lo largo de todo el film. Afirman que deseaban, más que burlarse, hacer una especie de homenaje al cine de zombies del maestro Romero, pero lo que consiguen es elaborar un popurrí de escenas caricaturescas de algunas cintas que visualizaron expresamente para preparar su obra, tales como La noche de los muertos vivientes (1968) o Perros de paja (1971). Para intentar paliar esta falta de consistencia, se adivina un esfuerzo por empotrar a toda costa un supuesto hilo argumental que se desinfla por momentos (la historia de desamor entre Shaun y su novia).

A mí la sensación que me dio es la de estar tragando una colección de chistes entre camaradas que gastan de un sentido del humor muy propio que ya ha hecho callo entre su público. Algo así como si en España los cómicos Buenafuente y Berto tuvieran la ocurrencia de llevar más allá alguna broma gastada en algún plató de televisión, para rechifla y gozo de sus fans trasnochadores. Es una cinta atiborrada de bromas cándidas e ininterrumpidas, en la onda de Los Simpson. De esas comedietas que cuando ves el tráiler piensas que pueden ser harto divertidas, pero que una vez estás en el cine se te empiezan a hacer pesadas (como me pasó, por ejemplo, con Austin Powers). Hay escenas muy logradas, como cuando el grupo se pone a ensayar cómo parecer un muerto viviente, pero la tónica general es de un humor fácil y superfluo. Por demás, estos gags reiterativos no hilvanan ninguna trama interesante, ni ningún verdadero homenaje al género (como sí sucede en la gran Zombieland). Es meramente eso, un cúmulo de sketches unos con más gracia que otros. Sea como sea, resulta difícil llegar al final sin oír tremendos bostezos en la sala de cine. Bostezos de gente que espera el siguiente gag para descerrajar una carcajada aprendida (Ja-ja-ja), buscando el coro armonizado de la sala entera.


¿Se puede rodar una buena película de gags? Por supuesto que sí, y hasta una obra maestra. Sin embargo, para ello se necesita del talento de un Blake Edwards (y del concurso de un genio como Peter Sellers en El guateque), o incluso, si se quiere, de un Rowan Atkinson o hasta de los Monthy Python . Personajes todos ellos cuya sola presencia desprende una hilaridad mágica, cada uno en su estilo. Pero estos chicos británicos de Zombies Party se han lanzado al género más difícil cuando en la piscina no había ese líquido llamado talento.

Recomendada a: Grupos de amigos que quieran echarse unas risas.